lunes, enero 16, 2012

Abuso, sobreuso, cantidad de carga y paseo por la montaña (GR10Xtrem)

Este sábado tuve una “aventura” (o locura, depende del lector) consistente en un ultratrail de montaña. La prueba en cuestión era una carrera de 93 kms. de montaña con un desnivel acumularo de 6.800 m. y un perfil como el que sigue:


Mi intención en esta entrada no es hacer una crónica de la carrera propiamente dicha, si no profundizar en aspectos relevantes desde un punto de vista “científico-sanitario”. El motivo que me condujo a iniciar esta andadura lo narré en el reto de cero a cien, pero simplemente por refrescar, lo que buscaba era ponerme en la piel de alguien a quien le supera la aventura antes de planteársela siquiera.

Es óbice comenzar diciendo que mi entrenador (y preparador físico) hizo una muy buena planificación durante 10 meses para llegar preparado a esta carrera pero mi mala gestión de mi tiempo hizo que no la cumpliera como hubiera debido en los plazos acordados. Esto significa que la fase específica de entrenamiento de montaña fue insuficiente y no cumplí con los objetivos marcados y aquí entramos en uno de los primeros puntos a tener en cuenta.

Hay dos variables muy interesantes desde el punto de vista de la biomecánica que son la cantidad de carga y la capacidad de carga. Un tejido X puede soportar una cantidad de carga Y antes de sufrir un daño. Es un modelo que siempre nos han enseñado con una goma. Tiene una capacidad de carga que el permite adaptarse a un estiramiento Y. Una vez superada la capacidad de carga, existe un daño irreparable que impide que recupere su forma original (no estoy hablando de dolor. Es un modelo físico teórico).

La fase de readaptación funcional implica, entre otras, una adaptación progresiva a la carga. Y esto supone una adaptación de los tejidos desde un punto de vista “periferalista” pero también una adaptación del sistema nervioso y por ende del cerebro. Sería algo así como crear un estímulo de baja amplitud que no genere una respuesta defensiva: “parece que no es para tanto” e ir incrementado poco a poco la cantidad de carga hasta “normalizarla”.

Pues bien, pese a que mi estado de forma es bastante aceptable hoy por hoy, la ausencia de fase de transición a carrera de montaña supuso un grave inconveniente. Hacía un par de semanas que notaba puntualmente una molestia en la cara anterior de mi rodilla izquierda. No me molestaba al correr, no me molestaba en las actividades de la vida diaria, simplemente algunos días amanecía con ella y ese día hacer una flexión completa (cuclillas) me resultaba incómodo. Hasta ese punto: “en casa de herrero cuchillo de palo”. Nada de nada. No suponía una amenaza para mis entrenamientos.

El sábado, tras 30 kilómetros la rodilla comenzó a manifestarse en forma de un dolor soportable en la cara anterior cuando descendía al trote. No molestaba nada en ascensos o llanos. Si la bajada era moderada tampoco. Cuando la inclinación era mayor el dolor se intensificaba. Tanto que pasado el kilómetro 35 comencé a plantearme que no iba a poder terminar.

Parada en el punto de avituallamiento para comer. Tras quince minutos continuamos la aventura. Seguimos rodando por una zona de llano bastante larga por lo que vuelvo a disfrutar de la carrera. Llegados al kilómetro 52 una nueva bajada hace que la intensidad del dolor sea de un 8/10. Maldigo cada metro en descenso. Me planteo tirarme al suelo y rodar cual croqueta para evitar seguir cargando en mi cada vez más maltrecha rodilla. El kilómetro 59 se convierte en una verdadera pesadilla. Me agarro a lo que puedo para intentar no apoyar el pie en el suelo. La mecánica de mi marcha se ha vuelto tan sumamente aberrante que estoy convencido de que en los talones me he hecho dos ampollas del tamaño del pulgar (hecho confirmado una vez me quité las zapatillas). Tardamos prácticamente una hora en hacer ese tramo. A mi se me hizo eterno. Mi cuñado y compañero de aventura no dejaba de repetirme que nos retiráramos en el 60, pero quería seguir. Me hacía muchísima ilusión acabar pese a que no me jugaba nada. Estaba convencido que el problema era un síndrome femoro-patelar y no pensaba que fuera a traer ninguna consecuencia más allá del dolor que estaba sufriendo continuar unos kilómetros más (30 en ese punto).

Llegamos al punto de control y nos dicen que vamos fuera de tiempo (nos pasó factura esa bajada inacabable) pero que llevamos buen ritmo. Podemos seguir si queremos. Así lo hacemos, pero tres kilómetros después somos interceptados por “el corredor escoba”. Una suerte de juez que se encarga de hacer que no disfrutes de una travesía por la montaña porque sientes su yugo sobre ti durante todo el trayecto. Siento que él y su compañero están mirando con atención mi acusada cojera. Me preguntan si puedo seguir y digo que por supuesto. Me piden que acelere el ritmo porque vamos muy justos de tiempo para entrar en el siguiente control. Lo intento pero mi cerebro considera que no es una buena elección. Dolor 9/10. Consciente de la situación nos quedan dos opciones: salir de la carrera y seguir a nuestra cuenta y riesgo, lo que implica que tanto si llegamos como si no, no tenemos forma de volver a nuestro punto de partida, o bien abandonar, lo que implica tener que llegar al siguiente punto de control, en este caso en el kilómetro 80, para allí retirarnos y que nos acerquen al punto final donde nos espera el autobús.

La amenaza de daño potencial estaba tan justificada para el sistema evaluativo que cada nuevo apoyo del pie en el suelo era un castigo. Llegar hasta el avituallamiento del 80 se convirtió en una lucha interna. Por una parte me planteaba “¿Por qué te has hecho esto? ¿Valía la pena ir contra toda la gente que te insistió en que esto no valía la pena?”. Lo cierto es que no me arrepiento en absoluto de haberme sometido a dicha prueba. No creo que vuelvan a verme por allí, pero me gustó experimentar lo que experimenté durante la misma.

Llego como puedo al mi último avituallamiento (como puedo es acompañado de un bastón con una marcha al estilo “Dr. House”. Km. 80 y fin de la aventura. Buenas sensaciones (hasta que paré, momento en el cual un sueño letal se apoderó de mi). Me encontraba mejor de lo que esperaba. De hecho, al día siguiente notaba las piernas cansadas pero ninguna molestia en ninguna parte. Curioso. Hay que hablar entonces de la amenaza de daño y la alerta nociceptiva. Pero en otra entrada. Ahora a disfrutar de un merecido descanso.

4 comentarios:

Blogger Carlos ha dicho...

Rodilla izquierda de Vicente, te presento a la rodilla derecha de Carlos. Encantado.

(Vaya palizón te pegaste, amigo)

9:13 p. m.  
Blogger Maestro de escuela ha dicho...

Como compañero de fatigas y su "preparador físico" doy fe de que dejó de lado la fase de preparación de fuerza como la específica de montaña de todo el macrociclo. Un desastre como deportista un gran amigo. Una carrera así es la suma de mucho trabajo, el año que viene habrá venganza!

9:17 p. m.  
Blogger Unknown ha dicho...

Mi rodilla izquierda también se presenta. Por miedo a que se me reproduzca ese dolor infinito que tú has explicado tan bien no pienso pasar nunca de la distancia de la maratón.
Como corredor habitual muy aficionado en cuanto a nivel, me larece la leche que consiguieras llegar hasta donde llegaste. Vas a tener mi admiración de por vida.
Mis más sinceras felicitaciones.

PD. A pesar de la lesión, ¿echo las zapatillas para el 2 de febrero?

9:35 p. m.  
Blogger Artur ha dicho...

Ante todo enhorabuena por el reto, tiene su merito y seguro que en ocasiones futuras tu cerebro te permitirá terminar la prueba.

Respecto al no dolor al día siguiente, es curioso. Pensando en el principio de especificidad habría que preguntarse a quien va dirigido este principio si a la parte estructural de tu cuerpo o a tu cerebro.

Son tus músculos, tendones, etc los que necesitan un estimulo especifico como es el correr en la montaña, aun estando lo suficientemente preparado como para correr una maraton, o es tu cerebro el que necesita adaptarse a un medio mas hostil que el asfalto.

Supongo que dicho principio podría dirigirse a ambos.

8:02 a. m.  

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